El Maestro, Margarita y el D-12


El día de Sant Jordi, en Barcelona, compré una nueva traducción de El maestro y margarita que, a mi juicio, es uno de las obras más impresionantes de la literatura universal. Mientras iba devorando capítulos pensaba con qué vino maridar mis lecturas crepusculares, pues libros de esta talla requieren un acompañante físico, no imaginario, vamos, como un médium entre la página impresa, mi mente y el sofá, algo que me amarre poéticamente a la tierra en mi flotar literario.

Haciendo un repaso de memoria a los vinos maridables no se me ocurría nada particularmente apropiado, y de repente, llegó a mi casa por mensajero el D-12 que me lo enviaban desde La Rioja, concretamente, los de Lan. ¿Será el destino o una fuerza maléfica?  En cualquier caso, Eureka! Como caído del Infierno, pues de eso trata el libro, de cómo el Satán extiende sus garras sobre la Unión Soviética, inspirada claramente en el Fausto de Goethe.

Pues ahí lo tenemos, la vainilla que nos recuerda Margarita, y el tacto aterciopelado al diablo, porque no se crean que el príncipe de la las tinieblas va envuelto en un manto de fuego. Satán es un dandi, erudito y refinado. Además, como ya dije en una entrada anterior la suavidad del D-12 es pura literatura o, cuanto menos, puro divagar cultural que tanto hace falta en los tiempos que corren.

Sin embrago, para los que no leen, también les recomiendo maridar al D-12 con algún plato. Para ser algo más originales que con la típica carne, lo recomiendo para un cous-cous con salteado de verduras, o para empedrados de judías o arroz, por ejemplo. Ya que grandes o menudos lectores también tienen que llenar el estómago en algún momento del día.

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