swiss made


Gloria y Ruedi, unos amigos de Suiza, nos visitaron este verano tan caluroso. Como en este país no es fácil encontrar tintos de las montañas mágicas, les pedí el favor de traerme algo que me pudiera despertar nuevas sensaciones enológicas, y así fue como llego un merlot suizo a la costa mediterránea.

Para nosotros, los meridionales, que estamos acostumbrados a la opacidad y la los olores compotados, el primer contacto con los tintos transalpinos es como pasarse a la leche desnatada, clara, casi sin aromas ni sabor. Sin embargo, la realidad no es del todo así.

Cuando ya nos hemos acostumbrado a la sutileza de los acordes de esta obra tocada piano, es como si entráramos en una pradera: hierba, flores salvajes, gramíneas, plantas aromáticas, algunas setas. Quizás sea pura sugestión geográfica pero estos vinos son naturaleza viva. Incluso, se me pasó por la cabeza que me olía a appenzeler, pero resultó que el olor a queso volaba desde la mesa. Lástima, eso sí que hubiera sido un hallazgo aromático excepcional.

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