El pícaro de Tormes


La bodega Matsu nos propone una redición del precursor de la picaresca, El Lazarillo de Tormes, esta vez, sin embargo, debidamente despalillado, estrujado y fermentado. Su vino joven llamado “El pícaro” es un vino tan goloso como un vino de misa y tan fresco como un revolcón en un pajar. Aunque esta comparación sea digna de una persecución inquisitorial, prefiero no guardar el anonimato como hizo el autor de El Lazarillo, el cual se atribuye precisamente a un clérigo que no se dio a conocer por las consecuencias que cabía esperar en pleno s. XVI.

En el mismo Lazarillo encontramos curiosos pasajes sobre el vino, como el que con una pajita larga de centeno sorbe vino del jarrón del ciego. Pero lo interesante de la obra no es el vino en sí, sino que abre las puertas al realismo literario después de idealizantes y mojigatas novelas caballerescas, tal y como ha venido sucediendo en el mercado vinícola. Las bodegas Matsu apuestan por vinos reales, ecológicos, sin los aditivos ni los químicos que a modo de efectos o defectos especiales se habían introducido en la botella en desmesura durante las últimas décadas. Buena prueba de las intenciones de la bodega es su etiqueta, con fotos de personas “reales” mirando a los ojos del consumidor.

Si quieren darle de comer a “El pícaro” les recomiendo unas migas, una pizza con algún embutido, pollo o  conejo a l’ast, o, incluso un kebab. Comida pícara y sin complicaciones para el Lázaro tinto.

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